La crisis del COVID-19 ha dejado al descubierto fallos estratégicos agravados por la falta de políticas industriales definidas
La enorme crisis desatada por el COVID-19 nos ha cogido a todos por sorpresa. Por la novedad, por su rapidez y por sus terribles consecuencias en todos los ámbitos, humanos y económicos. Tanto es así que al menos deberíamos salir de ella con algo aprendido, pues sus consecuencias previsiblemente van a cambiar la forma en que concebimos las estructuras que cimientan nuestra sociedad y nuestra economía.
El impacto del coronavirus se ha dejado sentir con especial fuerza en nuestra industria, evidenciando la debilidad de algunos de sus sectores, y sobre todo en algunos que suponíamos estratégicos, que no han podido resistir ni siquiera los primeros embates del acoso. Y lo más sangrante es que ha sacado a relucir esa debilidad en lo que precisamente más necesitamos en estos momentos, en la fabricación industrial de todos los productos sanitarios que tanta falta hacen para la lucha contra el virus en la sanidad pública. Por ello nos congratulamos la gran capacidad de adaptación que han demostrado otros sectores industriales para cambiar sus producciones ante la urgencia sanitaria, y hacer posible aprovisionar a la Sanidad pública en sus carencias de material.
Los sucesivos Gobiernos de nuestro país desgraciadamente acometieron la globalización económica sin una planificación estratégica previa, sin respetar un mínimo de la industria estratégica nacional,. Se favoreció la deslocalización de la producción a terceros países para abaratar costes, aprovechando su desregulación laboral, la práctica inexistencia de derechos sindicales, las precarias condiciones laborales y los bajos salarios. Todo ello en aras de un mayor beneficio económico para las empresas, pero con duras consecuencias para el empleo industrial en nuestro país. De aquellos barros estos lodos, y esa deslocalización se traduce ahora mismo en desabastecimiento de materiales sanitarios básicos, dejándonos en una situación de fragilidad estratégica al no disponer de los recursos que necesitamos, en el momento en que los necesitamos.
Ahora la clase política se lleva las manos a la cabeza ante esta situación después de décadas de mirar hacia otro lado y hacer oídos sordos ante nuestras propuestas sindicales de reindustrializar el país. Ahora les sorprende que en todo el estado sólo hubiera una empresa dedicada a suministrar respiradores o que la escasa producción nacional no dé abasto para satisfacer la necesidad de mascarillas y demás material sanitario. Lo que en su momento resultó barato ahora resulta caro por la necesidad de acudir a comprar estos productos a mercados saturados por el exceso de demanda, dado el carácter mundial de la pandemia y, eso sí, a precios más altos y en ocasiones no homologados o defectuosos.
Sin industria “no hay paraíso”, hay que ubicar la necesidad urgente de una industria productiva en el centro del modelo económico como garantía del estado del bienestar. Millones de empleos en la industria, dignos y con derechos son la mejor garantía del desarrollo del estado de bienestar. UGT FICA lleva décadas predicando en el desierto y elevando nuestra voz, exigiendo en todos los foros que nos acercáramos al objetivo 20/20 de la Unión Europea, con el propósito de incrementar al menos hasta el 20% el peso de la industria de nuestro país en el conjunto del PIB.
Ahora la crisis del COVID-19 ha dejado al descubierto fallos estratégicos agravados por la falta de políticas industriales definidas, y desde determinados ámbitos políticos se reconoce que se han cometido errores en la forma en la que se acometió el proceso de deslocalización empresarial, dejando abierta una perspectiva de debate para afrontar un cambio de modelo industrial. En UGT FICA somos conscientes de que no es el momento de rasgarse las vestiduras, porque la situación es grave, y ahora toca afrontar entre todos la emergencia sanitaria. Pero cuando todo esto pase tendremos que recapacitar y aplicar las lecciones aprendidas, para que nunca más se tenga que llevar las manos a la cabeza nuestra clase política.
Por ello, en el debate posterior que se abra seguiremos incidiendo en la necesidad de un Pacto de Estado por la Industria. Un acuerdo con la participación de los agentes sociales que recoja un conjunto de políticas dirigidas a impulsar la competitividad industrial, que contemple una política energética estable; apoyo a infraestructuras logísticas y desarrollo tecnológico y digital; planes de formación y empleo, políticas de inversión, internacionalización, sostenibilidad y un largo etcétera. En definitiva, una apuesta industrial decidida que genere un mayor volumen de puestos de trabajo estables y de calidad.
Resulta paradójico que, sin intuir lo que se nos venía encima, en el mes de enero en UGT FICA organizamos unas jornadas en Vitoria bajo el título “Salvar la Industria” para debatir sobre las políticas activas necesarias para transformar la estructura productiva y la estrategia para impulsar el cambio de modelo. Ahora, con la lección aprendida, y desde UGT FICA vamos a destinar todas nuestras fuerzas y recursos para conseguirlo.